La mayor parte del país maldice el mes de septiembre. Los niños sufren con la dichosa 'Vuelta al cole', aunque El Corte Inglés ya se haya encargado de joderles la fiesta a mitad de agosto (¿alguien ha contemplado la posibilidad de denunciarles por publicidad engañosa? Nunca he visto a chavales cantando y saltando por comenzar el curso). Los mayores vuelven a la oficina con una enfermedad que no es tal, porque ahora resulta que la depresión postvacacional no existe (gran descubrimiento, por otra parte). "Que piensen en todos los que no han podido tomar vacaciones porque no tienen un puesto de trabajo al que reincorporarse", dice el doctor Saiz.
Después de catorce meses trabajando, paso a engrosar la lista de cuatro millones de parados. Cinco años deseando obtener una licenciatura para que, cuando la tienes al alcance de tu mano, te plantees dejarla escapar para poder seguir trabajando, aunque sea de becaria precaria. ¡Qué incongruencia! Los medios de comunicación estiran a sus becarios como chicles, los exprimen, licuan y moldean a su antojo, y todo ello por una módica retribución de 600€ en el mejor de los casos, y gratis en el peor de ellos. Y nosotros aceptamos el trueque. Y me parece perfecto. Personalmente, en todos los sitios en los que he estado me han tratado de maravilla. Necesitamos experiencia y ellos, mano de obra barata. Pero, ¿qué sucede cuando te licencias?
Llega una época colmada de confusión, desorientación y aturdimiento. Miedo a lo desconocido. Pero también de esperanza, ilusión y fuerza. Futuro, bonita palabra. Qué remedio.